Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 14 de abril de 2023

La piel

-El pueblo napolitano- dijo el príncipe de Cania- es el más cristiano de Europa.
Y refirió que el 9 de setiembre de 1943, cuando los americanos desembarcaron en Salerno, el pueblo napolitano, aun cuando estaba desarmado, se rebeló contra los alemanes. La lucha feroz por las calles y callejones de Nápoles duró tres días. El pueblo, que había contado con la ayuda de los aliados, combatía con el furor de la desesperación. Pero los soldados del general Clark, que hubieran debido acudir con mano fuerte a la ciudad sublevada, estaban agarrados a la orilla de Pesto y los alemanes les golpeaban las manos con sus gruesos zapatones herrados para obligarles a soltar la presa y arrojarlos de nuevo al mar.
El pueblo, creyéndose abandonado, gritó a traición: los hombres, las mujeres, los chiquillos, combatían llorando de dolor y de rabia. Después de tres días de lucha atroz, los alemanes, que ya (...) habían comenzado a retirarse por la ruta de Capua, regresaron con más fuerzas, volvieron a ocupar la ciudad y se entregaron a represalias horribles.
Los prisioneros alemanes caídos en manos del pueblo eran muchos centenares. Los héroes e infelices napolitanos no sabían que hacer con ellos. ¿Dejarlos libres? Los prisioneros hubieran hecho estragos con los mismos que los habían hecho prisioneros y liberado. ¿Degollarlos? El pueblo napolitano es cristiano, no es un pueblo de asesinos. Y así los napolitanos ataron de pies y manos a los prisioneros, los amordazaron y los escondieron en el fondo de sus tugurios, esperando la llegada de los aliados. La tarea de custodiar a los prisioneros fue encargada a las mujeres; las cuales (...) cediendo a la piedad cristiana, quitaban el pobre y escaso alimento de la boca de sus hijos para dárselo a los prisioneros (...). Pero a pesar de la mezquindad de la nutrición, los prisioneros, que no podían hacer otra cosa que dormir, engordaban como pollos cebados.
Finalmente, a primeros de octubre, después de un mes de angustiosa espera, los americanos entraron en la ciudad. Y al día siguiente, sobre los muros de Nápoles, aparecían grandes manifiestos en los cuales el gobernador americano invitaba a la población de Nápoles a entregar a los prisioneros en el plazo de veinticuatro horas (...) prometiendo una recompensa de quinientas liras por cada prisionero. Pero una comisión de ciudadanos fue a ver al gobernador y le demostró que dados los precios a los cuales habían subido las habichuelas, las lentejas, el tomate, el aceite y el pan, el precio de quinientas liras por prisionero era demasiado bajo. (...)
El gobernador americano se mostró inflexible.
-He dicho quinientas liras, y ni una más.
-Muy bien, Excelencia; entonces nos los quedamos (...), y se fueron.
Algunos días después el gobernador hizo fijar unos pasquines en los que prometía mil liras por prisionero.
La comisión de ciudadanos volvió a ver al gobernador y le dijo (...) que los prisioneros comían con apetito y que entretanto los precios aumentaban, y que mil liras era poco. (...)
-Hoy por menos de dos mil liras no podemos darlos. Nosotros no queremos especular, queremos, sencillamente, resarcirnos del gasto. Por dos mil liras, Excelencia, un prisionero es regalado.
El gobernador se enfureció.
-¡He dicho mil liras y ni un céntimo más! Y si dentro de veinticuatro horas no entregáis los prisioneros os meto a todos en la cárcel.  
-Métanos en la cárcel, Excelencia, háganos fusilar si así le place, pero el precio es éste, no podemos venderlos por menos de dos mil liras por cabeza. Si no los quiere haremos jabón con ellos.
-What? -gritó el gobernador.
-Haremos jabón -dijeron los ciudadanos con voz suave; y se fueron.
-¿E hirvieron verdaderamente a los prisioneros para hacer jabón con ellos?  -preguntó Jack.
"Cuando en América -pensó el gobernador-  sepan que por culpa mía se fabrica jabón con los prisioneros alemanes, lo menos que puede ocurrirme es perder el puesto."    
Y pagó dos mil liras por cada prisionero.

La piel.
Curzio Malaparte.
Plaza y Janés S.A.  




 

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