Argos, el perro fiel, reconoció que, tras los harapos y las huellas del mar y de los años, en aquel forastero que arribaba a Ítaca estaba Odiseo. Fue el único.
Argos es también una ciudad amable del Peloponeso. A un tiro de flecha de las ruinas de Micenas, a un lanzazo de las ruinas de Tirinto, a varias leguas del teatro de Epidauro, a cuatro pasos de la bella Nauplia.
Un lugar en el que fuimos razonablemente felices, nos reconocimos también y observamos con confianza de misteriosos habitantes regresados el pulso de la vida al pasar.
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