La taberna fantástica
En aquella taberna
todo parecía quedar fuera
del poder del Estado.
Manuel Rivas
En
este poema han pasado casi quince años
en
lo que se tarda en servir una pinta de Guinness
con
un trébol irredento coronando su espuma.
Y
mientras tanto, al comienzo de todo, un forastero,
que
aún no sabe que dentro de unos instantes
pedirá
esa cerveza de aguas negras como el que pide salvación,
transita,
inabordable, por sus pensamientos
en
una calle anónima de una ciudad desconocida.
En
este poema salen de su interior los lamentos
de
un mago extravagante, quizá recién llegado del Valle de Strathmore
o
tal vez, porque la memoria se hace mezcla de humo de tabaco antiguo
y
vapores de grog, se van del bar los pasos quedos de alguien que,
de
regreso, acompaña a la medianoche y a la melancolía,
mientras
escapa también del verso al son de la gaita apacible de Spillane.
Por
este poema entra la memoria de los amigos
todas
las noches de mi vida y sube hasta mi almohada
la
necesidad atribulada de su recuerdo.
Por
este poema van y vienen batallas que libramos
y
conversaciones que fueron, como un hálito rebelde
que
circula por el aire. Por este poema viajan
almas
en pena que no se acostumbran al silencio.
En
este poema lo que hay en realidad es el fantasma de una taberna.
Por
ella, raudo y mágico, entro en Torrelavega,
me
pido un café bien cargado, y amanezco en Donegal,
en
Derry o en Plouyé, en el malecón de La Habana,
en
San Cristóbal de las Casas o, solitario e imprudente,
ante
un tanque en la plaza china de Tiananmen.
Pero
a este poema se vuelve siempre, como si la vida fuera un guiño,
un
buen trago, una mala broma, un birlibirloque
o
tuviera la brevedad de una despedida,
del
mismo modo que el Capitán Morgan retorna al mar
con
el reflujo de las olas, como los personajes regresan a los libros,
como
el viento se hace de nuevo viento tras su derecho a la pereza,
como
nosotros permanecemos, quietos, jóvenes e irreductibles,
brindando como
ayer por nuestros muros de amor y de piedra.
MCH
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