El 12 de marzo de 2020, algo debíamos barruntar porque
escribí en el blog (ya sé que se han pasado de moda, como yo, pero los sigo
prefiriendo) lo que aparece en la fotografía. Mi perro Mayo aún estaba vivo,
aunque a partir de ahí empezó a decaer de forma inexorable, y a él le debo unos
cuantos paseos liberadores durante el encierro. Esta entrada del blog fue el
comienzo de una sucesión de escritos, uno cada día, que sirvieron para llenar
mi tiempo, mantener la cabeza ocupada y no rendirme en los tiempos de vigilia
que llegaban.
Hubo un momento, algún mes después, en que tomé la determinación de concluir
con aquella ristra de textos que tomaron el nombre de "Esto no es un
diario" y así lo anuncié. Mi sorpresa llegó cuando comencé a recibir
mensajes de amigos y conocidos pidiéndome que no lo dejara pues a ellos, como a
mi, les servía y les hacía compañía. Lo cierto es que seguí con ello, aunque ya
no bajo el mismo título. La cosa se extendió hasta finales de octubre en el que
yo también contraje el Covid 19, en un momento en el que aún no había vacunas a
las que agarrarse como a un clavo ardiendo. ¿Miedo?, pues sí. ¿Esperanza?,
también. Pero también rabia e indignación, y algo de escepticismo ante los
cantos en los balcones y ante las taras de egoísmo de las que llegaban
noticias.
Desde luego, mejores no salimos, pero hubo mucha entrega y generosidad que
venía de serie. Como de serie venía también, sin embargo, ante lo extraordinario, ese mundo de
delatores y de olvidos conscientes que caracteriza en gran medida al género humano.
En suma, nada nuevo bajo el sol. La capacidad de lo mejor y de lo peor va
implícita.
Ayer estuve viendo en televisión testimonios de gente que perdió familiares de
la peor manera posible y de personas que relataron la crudeza de su trabajo en
las residencias en aquellos días. Y ayer, como entonces (todavía tengo
capacidad de sorprenderme), seguían acudiendo, silenciosamente, las lágrimas a
mis ojos.
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