Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

domingo, 27 de abril de 2025

Cartas



Asisto ayer en la Librería Gil a la presentación de dos escritoras engañosamente noveles y dos libros de teórico género epistolar. Y digo teórico, porque bajo esa envoltura nos encontramos realmente con dos soberbios acercamientos a lugares con alma. Al menos, un alma que apenas se entrevé habitualmente en las referencias geográficas tanto de Grecia como de Galicia. No conozco la zona de Grecia en la que vivió mi paisana Beatriz Cárcamo, del mismo modo que nunca he estado en la aldea de la que procede María Ramos, pero si Orense es probablemente la provincia gallega más desconocida para los ajenos, el norte de Grecia, del cual me enamoré, es lo que no se menciona cuando alguien piensa en el país heleno. Tal vez por eso me gustan ambas miradas. Y también porque me gustan ambos países. Solamente falta que a quien edita esta colección de libros desde León, otro lugar con alma, le dé por publicar cartas irlandesas para completar mis paisajes en el mundo y mis fronteras en el aire. 

sábado, 26 de abril de 2025

La red que nos atrapa

Seguramente serán los mismos que se rasgan su camisa azul (que tú bordaste en rojo ayer) cuando alguien se permite la menor ironía contra sus creencias, y enarbolan a toda leche el estandarte del delito contra los sentimientos religiosos, los suyos, sacrosantos, no los de los infieles, dónde va usted a parar. Pero si usted se da un paseo por la mayoría de los comentarios de los lectores (lectores por decir algo) de medios de comunicación cántabros como El Diario Montañés o Ifomo Noticias sobre el atentado de ayer en la sede del PSOE, en Santander, podrán comprobar que más que comentarios son excrementos. 

Y, tal vez, los propios medios mencionados y el sistema judicial de este país, además de la ciudadanía al completo, debe empezar a tomarse en serio que, cuando alguien desde el presunto anonimato de las redes desea el mal, que por fortuna en este caso no ha sucedido, o anima a que suceda, no está haciendo uso de su legítimo derecho a la libertad de expresión, sino que está facultando cobardemente un delito de odio y enalteciendo al terrorismo.

No hablamos ni de colores, ni de partidos, ni de tendencias políticas. Hablamos de nuevo de vivir y de convivir. Esa convivencia que esa caterva de seres de inframundo está dispuesta a reventar a base de explosivos reales y morales.

jueves, 24 de abril de 2025

Saber griego


Saber griego me ha ayudado a encontrar sentido a muchos de los nombres científicos de animales y plantas, y así la lechetrezna Euphorbia paralias no puede estar en otro lugar más que en la playa, las geraniáceas de los géneros Geranium, Erodium y Pelargonium contienen en sus nombres genéricos grullas, garzas y cigüeñas, porque sus frutos recuerdan a las cabezas y largos picos de tan elegantes aves, mientras que la celidonia Chelidonium majus es también la hierba de las golondrinas, puede que porque florece cuando estos pajarillos llegan. Entiendo también que hay nombres que son redundantes, Ammophila arenaria, Lathraea clandestina, Corvus corax, que dicen lo mismo en griego que en latín, y me cuesta menos aprender los nombres griegos o los científicos, dependiendo de cuál aprenda antes, si el picogordo, Coccothraustes coccothraustes, se llama cocozrafstis, el quebrantahuesos, Gypaetus barbatus, se llama yipaetós o la lechuza, Tyto alba, es la titó.
También hay pequeños inconvenientes, por supuesto, en este nuevo conocimiento, puesto que ahora sé de qué me hablan si la médica dice blefaritis o esplenomegalia, y la hipocondría siempre está ahí, acechando, y cuanto más sabe una, más cosas puede imaginarse.
Hoy, claro, sigo aprendiendo griego. Me queda mucho por andar y no acabaré nunca, aunque haya alcanzado ese punto en que, por ejemplo, sigo sabiéndome algunos números de teléfono solo en griego, y tengo que pensar  para poder decirlos en castellano. Aunque hay una anécdota tonta que considero la definitiva y la esgrimo como si fuera un certificado de autenticidad de mi interiorización de la lengua. Yo soy aquella que, en medio de fiebres altísimas y atendida por mis padres, deliraba en griego, para la tremenda frustración de las personas que, al fin y al cabo me enseñaron a hablar. (Y aún así, mis padres supieron darme agua, cuando yo gemía neró).  


Beatriz Cárcamo Aboitiz.
En las ruinas crecen plantas y otras cartas desde la naturaleza griega.
Edita: Vía Postal.

miércoles, 23 de abril de 2025

El lobby feroz

No voy a decir lo que son
porque ellos mismos se describen.
Basten en el lienzo unas pinceladas
de sus bastas tendencias malhadadas.
Votan siempre igual, pues la patria
es para ellos lo mismo que la pasta
y donde hay pasta no hay color.
Hacen trampas y por eso son trampistas
(perdón, quise decir tramperos).
Las pongan donde las pongan,
todos los cotos son orégano
a la puerta de los despachos
y en las fincas que, a veces,
mágicamente se incendian.
No voy a decir lo que son.
Baste decir que, a falta de más ingenio,
a la mínima tiran de perdigón.

 

lunes, 21 de abril de 2025

Cigüeñas


Me encantan las cigüeñas. Las ingenieras. Admirar sus nidos, obras de arte en su construcción y sus ubicaciones. Me encantan las cigüeñas. Verlas caminando tranquilas por los prados como buenas vecinas. Marcando las estaciones, señalando el paso de los días. Me gustan las cigüeñas, todas. Pero sobre todas, las anómalas, las raras, aquellas que se quedan cuando todas se marchan. Las cigüeñas, en lo alto de sus nidos, bajo la nevada, acompañándonos también en la intemperie y la inclemencia.


domingo, 13 de abril de 2025

Lo recto


No hay líneas derechas en el orbe.
Solo el trazo de un disparo es recto,
tan cruel y tan recto como humano. 

Tampoco nuestros cerebros albergan
caminos rectos. A semejanza de la naturaleza 
son una continua circunvolución.

El sendero curvo de la soledad.

Hasta el horizonte es un espejismo de la rectitud. 

    
                        MCH

sábado, 12 de abril de 2025

Inacabado


Me gusta así.
Inacabado.
Imperfecto.
Incompleto.
Y todos los sinónimos
que se puedan resumir en:
"en busca de".
Otro día seguimos...


viernes, 11 de abril de 2025

Los rostros, el dolor y lo que no se ve










Decía Víctor Jara en su canción "El hombre es un creador": "Yo le levanto una casa/ o le construyo un camino/ le pongo sabor al vino/ le saco humito a la fábrica./ Voy al fondo de la tierra/  y conquisto las alturas/ camino por las estrellas/ y le hago surco a la espesura".
Bueno, pues bien. Mi amigo José María Sánchez es un creador en toda regla. Pienso que sería capaz de las proezas que menciona el llorado músico chileno y seguro que de alguna más. 
Visité el mes pasado su exposición en la Escuela de Cerámica de Madrid y constaté algo que ya sabía: la inquietud, la curiosidad y la experimentación son la base primigenia para crear. Crear sin ostentación. Solamente por el placer de crear y de formarse perennemente.
Yo ya sabía que era un gran dibujante y me admiraba la facilidad con la que era capaz de transmitir una idea o una emoción a través de sus imágenes, sus manchas de tinta y acuarela y la libertad de sus trazos. Todo eso lo experimenta ahora, desde hace unos pocos años, mediante el barro, las técnicas que va aprendiendo y las ideas que su mente va improvisando. Es como si nuevos campos de expresión y de pasión se abrieran ante él. Bienvenida esa travesía.  

Si alguien tiene mayor curiosidad sobre él y sus cosas puede visitar el siguiente blog (sí, sí, blog): https://extrangis.blogspot.com/ 

jueves, 10 de abril de 2025

miércoles, 9 de abril de 2025

Las luminarias


-La noche de hoy será el comienzo.
-¿Lo ha sido?
-Lo será. Para mí.
-Mi comienzo fueron los albatros.
-Es un buen comienzo, me alegro de que sea el tuyo. La noche de hoy será el mío.
-¿Deberían ser distintos?
-¿Nuestros comienzos? Pienso que sí.
-¿Habrá más?
-Muchísimos más. ¿Tienes los ojos cerrados?
-Sí. ¿Y tú?
-Sí. Aunque está todo tan oscuro que casi da lo mismo.
-Siento... que soy algo más que yo.
-Siento... como si en mi corazón se hubiese abierto una nueva cámara.
-Escucha.
-¿Qué?
-La lluvia.


Eleanor Catton.
Las luminarias.
Siruela.
Traducción: Celia Montolío. 

martes, 8 de abril de 2025

Entrenieblas







Salgo a caminar entre la niebla como si no hubiera un mañana. 
Como si las horas se amortiguaran entre los pasos andados. 
Como si los sonidos cotidianos se exiliaran en una tierra sin miedo. 
Como si más allá de los sueños se hubieran roto los espejos en los que esperarnos.

                                                                  MCH

lunes, 7 de abril de 2025

La muerte en directo


El 29 de junio de 1973 se produjo en Santiago de Chile lo que se dio en llamar “El Tanquetazo”, que no fue otra cosa que una sublevación militar abortada por las fuerzas leales contra el gobierno de Salvador Allende, previo al golpe de estado del 11 de septiembre, que sí consiguió su objetivo como todo el mundo sabe.
En el mencionado Tanquetazo, un camarógrafo argentino de origen sueco llamado Leonardo Henrichsen, que había salido a filmar los acontecimientos en compañía de otro periodista de la televisión pública de Suecia, grabó su propia muerte. En las imágenes, que pueden encontrar en el documental de Patricio Guzmán, titulado “La batalla de Chile”,  se ve como un miembro de una patrulla militar en las cercanías del Palacio de la Moneda, apunta contra el periodista y dispara. Posteriormente los soldados tiraron la cámara por una alcantarilla sin percatarse de que alguien lo estaba viendo y recuperó el equipo.
Cuento esto por similitud con lo que he escuchado en un programa de radio recientemente respecto a unas imágenes de un teléfono móvil que ha aparecido en el bolsillo de un muerto, enterrado junto con otros compañeros en una fosa clandestina de Gaza, en Palestina.
El muerto, que mantuvo la cámara de su teléfono encendida,  y sus compañeros eran médicos de un hospital, pero el gobierno de Israel, fiel a su costumbre de mentir impunemente, los acusó de terroristas de Hamás.
Las imágenes, parece ser que lo desmienten. Iban desarmados, eran médicos, vestían ropa de médicos y estaban perfectamente identificados como médicos, en contra de las, siempre burdas,  manifestaciones de Israel y la frialdad de la opinión pública mundial que tiene ojos solamente para la infecta zanahoria de los aranceles norteamericanos. Entretenidos nos quieren.
Por cierto, adivinen quien se esconde en la sombra de ambos sucesos. No importa que entre uno y otro hayan transcurrido 52 años. El “amigo” dinosaurio sigue ahí.



domingo, 6 de abril de 2025

La carta


¡Qué lástima!
Que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria, 
ni una tierra provinciana,
ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla,
ni un sillón viejo de cuero,
ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria que apenas tiene una capa...
venga forzado a cantar
cosas de poca importancia.

                        León Felipe

                                                                      

En esta historia lo único que es cierto, por palpable, es la carta. Por ella han pasado algunos días menos de 87 años. Por tanto, es una venerable anciana, con su tono amarillento, con sus arrugas y con las señales, tan ciertas como real es la carta, de una decrepitud mal admitida.

No esperen los lectores habituales de estas crónicas desmemoriadas esa inflexión ligeramente académica, esa sucesión de datos firmes y creíbles que van confeccionando el traje de la verosimilitud, tan propio de cualquier estudio historiográfico que se precie. Ni siquiera esperen esa asepsia en la que se sitúa el narrador para no caer en lo personal, para no inmiscuirse en demasía en lo narrado. No. Aquí estamos hablando de memoria, recordando de memoria; estamos hilvanando las finas y frágiles costuras que unen las evocaciones de una madre ya fallecida con ese vaho en el cristal que son los cuentos antiguos de infancia pobre que guarda en un rincón de su cerebro un hijo en los últimos tramos ya de su madurez.

Estamos, en definitiva, hablando de dos memorias más o menos encadenadas, pero completamente fragmentarias: las que unen las vicisitudes del abuelo en una lejana fecha de abril de 1938 con los difusos y escasísimos pormenores de aquellos días que quedan en la memoria familiar del nieto.

El abuelo nunca hablaba de la guerra. Al menos nunca le hablaba de la guerra al nieto adolescente. El abuelo era más de silencios. O, en todo caso, de pequeñas interlocuciones en las que se entremezclaba la época de sallar las patatas con el momento de ir a segar los prados, o de arrear las vacas al bebedero. No obstante, el abuelo murió hace bastantes años y es posible que sus temas de conversación favoritos se hayan ido muriendo paulatinamente con él. Al menos en los recuerdos de su nieto mayor.

La que sí hablaba más era su hija. O sea, mi madre.

La recuerdo a ella sentada a la estrecha mesa de la cocina de la casa en la que vivíamos, quinto piso de barrio obrero de aluvión, escuchando “Simplemente María”, la radionovela del momento, o los consejos rancios de una tal Señora Elena Francis, estrictamente dirigidos al público femenino de la época. Pero sobre todo la recuerdo, quizá porque era el rato que más nos gustaba a los dos, atenta a un programa de la radio local en el que los oyentes dedicaban canciones a sus familiares y amigos en el día de sus cumpleaños o de sus santos. Ahí era cuando, casi diariamente, alguien, vaya usted a saber por qué, solicitaba el “Corrido de Juan Bedoya”, una canción que debía estar de moda entonces y que refería el crimen de un “cuate” mexicano de poco lustre que nada tenía que ver con nosotros, pero que para los cántabros de entonces parecía tener un especial significado. Tal vez es que traía a cuento en las mentes del paisanaje -o quizá era una especie de rebelde contraseña con la intención de no olvidar- el final legendario, unos años antes, de Juanín y de Bedoya, los últimos guerrilleros de la Liébana. Mi madre, entonces, cuando acababa la canción, me contaba a media voz y con tono de misterio los pocos detalles que trascendían de sus vidas y sus muertes en aquellos años oscuros. Era un poco novelera mi madre. Aunque ahora que lo pienso, quizá yo, ávido de sus fabulaciones, también.

Era después, en el momento en que el clima se ponía apto para las confidencias y para las historias cercanas, mientras se freían los bocartes o se guisaban los caricos para el día siguiente, cuando mi madre contaba sobre el pueblo y sobre la familia. 
Su padre, es decir, mi abuelo, había nacido alrededor de 1910. Algunos de sus hermanos, no todos, marcharon muy jóvenes a hacer las Américas, se radicaron en el estado de Florida y no regresaron jamás. Pero mi abuelo no. Él se quedó en el pueblo y fue agricultor toda su vida. O casi. 

Mi madre nació en 1936. La guerra había empezado justo tres meses antes. Nunca me explicó si para entonces mi abuelo ya se había ido a defender el Frente Norte. Tampoco sé por qué fue. Si obligado por las circunstancias y, en su caso, por el gobierno legal de la República, como fueron tantos en uno u otro bando, o si había ciertamente una conciencia ideológica o leal que le hizo marchar.

La única vez que conseguí hablar con él al respecto no se extendió mucho. Era el comienzo de la Transición y había vuelto la democracia, pero los de mi edad apenas teníamos noción de lo que era y ellos habían olvidado prácticamente para qué servía.

El caso es que no conseguí arrancarle datos concretos, más por mi inexperiencia y desconocimiento que por su falta de interés. Ni dónde había estado, ni en qué batallón, ni cuándo había caído prisionero. Solamente se extendió un poco más para decirme con muchísima ironía que no pensara que yo había sido el primero de la familia en ir a la universidad. Que él había estado antes.

Así me enteré de que su primer destino como preso de la dictadura había sido el campo de concentración que se habilitó en Vizcaya, tras los muros de la Universidad de Deusto. Y nada más. Nada más. El resto de las pocas cosas que a lo largo del tiempo conseguí averiguar se lo debo a mi madre.

Ella me contó, sin especificar, que en su periplo carcelario como prisionero de guerra el abuelo vagó por otros lugares.

La carta, esa carta que aparece entre los papeles de mi madre cuando ella fallece, al menos indica dos más. 

Pero antes de continuar, vamos a detenernos por un momento en esa carta, verdadera protagonista de este tortuoso ejercicio de memoria.

El encabezamiento de la misma es un membrete, elegante y de enormes proporciones (ocupa casi la mitad de la cuartilla), de una fábrica y comercio de muebles con oficinas y almacenes en distintas poblaciones de la cuenca minera de Asturias (La Felguera, Sama de Langreo y Mieres). También aparece el nombre del propietario de la fábrica que es, a su vez, el firmante de la carta: Arturo Ezama. Hago una búsqueda en Internet y compruebo con cierta sorpresa que esa empresa de muebles sigue existiendo. Incluso publicita su antigüedad en el ramo (130 años en el mundo del mueble).

Más abajo figura la fecha de envío: 5 de abril de 1938. Y tampoco podía faltar en tiempo de guerra la referencia al comienzo de la misma con aires victoriosos: 2º año triunfal. Para entonces ya había caído todo el Frente Norte y la contienda continuaba por otras latitudes de la península.

A la misma altura que la fecha aparece estampada con típica tinta azul la efigie de Francisco Franco con gorro cuartelero (denominado de forma castiza como chapiri), que se haría usual durante una época en todo tipo de documentos, e incluso en fachadas de edificios, como antecedente sempiterno de su presencia en la vida de este país durante decenas de años.  

La carta se remite a mi abuelo Ángel, natural y vecino de Escalante. Sin embargo, no está dirigida a esta localidad del oriente de la entonces provincia de Santander, sino a la ciudad (o a la provincia) de Orense. En la misiva se menciona también la localidad de Castropol, enclave costero asturiano en el límite con la provincia de Lugo. Lo cual nos da pistas, someras eso sí, del trayecto que su vida militar siguió desde que fue derrotada la resistencia del ejército leal a la República en la Cordillera Cantábrica, en el límite con la provincia de Burgos, hasta su regreso a casa varios años después.  

A este respecto contaba mi madre que ella recordaba perfectamente el día en que fue bautizada. Tendría más o menos cinco o seis años, caminaba sola, y con cara de asco le dijo alguna inconveniencia al cura cuando, dentro del ritual, este le puso sal en los labios. Todo ello debido a que su madre, mi abuela, se negó a que se bautizara a la primogénita antes de que su marido volviera de la guerra. Esto, calculando, debió producirse hacia 1941 o 1942. Para entonces mi abuelo sumaba al tiempo en el frente, el de su peregrinación por campos de concentración y batallones de trabajo más el tiempo de lo que se dio por llamar “la mili de Franco”, que afectó a muchos soldados republicanos y que solía durar aproximadamente tres años. 

Pero, volvamos a la carta. En la localidad de Castropol, que se menciona en la misma, existió desde agosto de 1937 hasta febrero de 1943 un campo de concentración formado por barracones a la orilla del mar, el de Arnao, que en su primera fase albergó como prisioneros a soldados de la República y posteriormente a familiares, enlaces y colaboradores de la guerrilla. Es muy probable, por tanto, que en el periplo del soldado Ángel Haya Haya el campo de Arnao fuera una de sus estaciones, al menos hasta fechas anteriores al 17 de marzo de 1938, tal como se desprende de la carta que el señor Arturo Ezama le envía desde La Felguera. Su siguiente destino fue, siguiendo con la misiva, algún lugar indeterminado de la ciudad o de la provincia de Orense. Del mismo modo que, siguiendo con las cavilaciones, antes del campo de Arnao pudo encontrarse detenido de forma transitoria en algún espacio habilitado dentro del área de influencia de La Felguera o de  Sama de Langreo, donde pudo conocer quizá a la familia Ezama.   

Del contenido de la carta es posible extraer rasgos de la naturaleza educada y amable de Arturo Ezama pero es difícil, desde el muro insalvable del tiempo pasado, llegar más allá y muchas preguntas, demasiadas, se quedan en el aire. ¿Cómo se conocieron? ¿Qué tipo de relación se entabló con la familia Ezama para que el remitente le enviara a mi abuelo recuerdos de su esposa y de los niños? ¿Quién era Roque, el compañero de mi abuelo, y qué fue de él? ¿Era posible que en tiempos de guerra se pudiera establecer algún tipo de relación amistosa entre un prisionero combatiente de la República y una familia perteneciente, presumiblemente, a la burguesía asturiana? ¿Estaremos en nuestras conjeturas completamente desencaminados? 

Una de las historias que mi madre me contaba en mi adolescencia era que mi abuelo, estando preso en algún lugar, desde una ventana veía pasar todos los días a una chiquilla camino de la escuela o de su casa y que en una de esas ocasiones se animó a tirar un papelito, una especie de S.O.S., dando su nombre y el de un compañero y solicitando ayuda, algún tipo de provisión que les permitiera sobrellevar de mejor manera la carente alimentación a la que se encontraban sometidos. En el cuento, la niña recogió el mensaje y a partir de unos días después, alguien les hizo llegar de forma reiterada una cantidad suficiente de víveres como para subsistir en aquellos días con cierta largueza.

He de reconocer que a mí, entonces y durante mucho tiempo después, esta narración me sonaba a fábula, a romance de caballeros o de princesas atrapadas en una torre por un ogro o por un padre en exceso celoso. Patrañas de un Segismundo soñador. 

También me hablaba mi madre, quizá otra leyenda, del miedo que, según le contaba, atenazaba a mi abuelo en aquellos lugares de amargura y soledad cuando en muchas jornadas, casi siempre al anochecer, llamaban a voz en grito a algunos de sus compañeros de encierro. Gente que salía misteriosamente, y sin apenas despedida, por la puerta de las celdas para no volver. 

Hoy, ninguno de los que me transmitieron lo relatado, ni mi abuelo ni mi madre, que de algún modo fue mi memoria de las cosas no vividas, están entre nosotros. Son el humo de la Historia. Y, por tanto, mi memoria es ya solamente este retazo viejo de papel que habla, entre líneas, de unos tiempos que únicamente supongo. Tiempos de desdicha y de fatigas que tal como acostumbraba a decir él, con muchísima sorna en algunas ocasiones, podían ser verdad y no haber ocurrido.


Texto publicado en Desmemoriados.org y en eldiario.es cantabria
A 5 de abril de 2025


jueves, 3 de abril de 2025

Nekane a los veintiséis

Ruta del Alba. Parque Natural de Redes (Asturias) 
 

miércoles, 2 de abril de 2025

El Alta


Los del Alta, cuando íbamos al centro para algún tipo de gestión o para acudir al médico, siempre decíamos que bajábamos a Santander, como si aquellas alturas que nos albergaban fueran aún una continuación de los pueblos de donde venían nuestros padres, y a los que nosotros regresábamos todos los años para pasar los veranos.
En realidad El Alta era solamente una delimitación, una larga línea fronteriza con árboles en fila a ambos lados. Porque nosotros, de donde éramos de verdad era de la ladera norte; esa que daba la espalda a una ciudad inverosímil en la que nos adentrábamos rara vez y únicamente para cosas serias y de mayores. Solamente hacíamos una salvedad, cruzando el callejón de la mona, para ir a cambiar tebeos al quiosco de Benjamín o para conquistar de cuando en cuando las  habitualmente vedadas pistas deportivas del Colegio de La Salle. Para qué nos íbamos a alejar más.
La ladera norte adonde miraba de verdad era a ese mar de los pobres de entonces que seguimos llamando La Maruca. Allí con el buen tiempo y cuando aún era un lugar tierno y salvaje, nos dirigíamos todos los del barrio, familias enteras en procesión pertrechadas con sombrillas, sillas de playa y neveras portátiles a pasar buenamente los días de asueto y sus canículas. 
El Alta era una arteria larga que, en nuestro lado, estaba repleta de barrios repetidos como si todos, en aquellos edificios tan iguales de ladrillo y hormigón, fuéramos siameses. Por allí, por aquella carretera, pasaban algunos vehículos atufando a los plátanos y a los viandantes que deambulaban en los atardeceres. Alguna vez veíamos pasar una vuelta ciclista, como aquella en la que, en uno de mis primeros recuerdos infantiles, una moto del séquito atropelló a un niño imprudente que a veces jugaba conmigo. También pasaba por delante todos los días, desfilando, la tropa del cuartel camino de la Virgen del Mar y vuelta. Y nosotros nos asomábamos a las aceras por ver a nuestros hermanos mayores o a nuestros primos, marciales y uniformes. Supongo que tan marciales y uniformes como aquellos otros que pasaron por allí mucho tiempo antes de que naciéramos y a los que, parece ser, mandaba un general que tenía el nombre que la oficialidad se empeñaba en poner a nuestra calle que, como todo el mundo sabía por aquellos contornos, solamente tenía un nombre verdadero. El Alta. Sin más. 

martes, 1 de abril de 2025

Abril es Mayo


Abril es Mayo en el jardín
encendiéndose 
en los pétalos de las margaritas.