El 29 de junio de 1973 se produjo en Santiago de Chile lo
que se dio en llamar “El Tanquetazo”, que no fue otra cosa que una sublevación
militar abortada por las fuerzas leales contra el gobierno de Salvador Allende, previo al golpe de estado del 11 de septiembre, que sí consiguió su objetivo
como todo el mundo sabe.
En el mencionado Tanquetazo, un camarógrafo argentino de
origen sueco llamado Leonardo Henrichsen, que había salido a filmar los
acontecimientos en compañía de otro periodista de la televisión pública de
Suecia, grabó su propia muerte. En las imágenes, que pueden encontrar en el
documental de Patricio Guzmán, titulado “La batalla de Chile”, se ve como un miembro de una patrulla militar
en las cercanías del Palacio de la Moneda, apunta contra el periodista y
dispara. Posteriormente los soldados tiraron la cámara por una alcantarilla sin
percatarse de que alguien lo estaba viendo y recuperó el equipo.
Cuento esto por similitud con lo que he escuchado en un
programa de radio recientemente respecto a unas imágenes de un teléfono móvil que
ha aparecido en el bolsillo de un muerto, enterrado junto con
otros compañeros en una fosa clandestina de Gaza, en Palestina.
El muerto, que mantuvo la cámara de su teléfono encendida, y sus compañeros eran médicos de un hospital, pero
el gobierno de Israel, fiel a su costumbre de mentir impunemente, los acusó de
terroristas de Hamás.
Las imágenes, parece ser que lo desmienten. Iban desarmados, eran médicos, vestían ropa de médicos y estaban perfectamente identificados
como médicos, en contra de las, siempre burdas, manifestaciones de Israel y la frialdad de la
opinión pública mundial que tiene ojos solamente para la infecta zanahoria de los
aranceles norteamericanos. Entretenidos nos quieren.
Por cierto, adivinen quien se esconde en la sombra de ambos
sucesos. No importa que entre uno y otro hayan transcurrido 52 años. El “amigo”
dinosaurio sigue ahí.
el dinosaurio , ese sí que no duerme...
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