Atravieso los caminos de hierro
que llevan al norte. Dejo París atrás,
en esa calma de hojas moribundas
que pintan la tierra de trigo maduro.
Pero ese tan solo es el disfraz de una urbe
en la que los mendigos y las palomas
duermen junto a las puertas abiertas
de los parques y de los cementerios.
Dejo allí, tal vez, un jueves intangible
y el aguacero de Vallejo, una piedra blanca
sobre una negra piedra resbalando, tenue,
como lágrimas del viento en las estatuas.
MCH

Fabulosos el poema y la foto
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