Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 17 de febrero de 2021

Estación de Francia


Volviste de la guerra con un gorro
pequeño, militar, de tela caqui:
por el derecho de soldado raso
y el revés con galones de oficial.
Huías hacia Francia cuando Líster 
batía, fusilando desertores,
los campos y los pueblos fronterizos;
te salvó simular que eras teniente
de voladuras en la retirada.
Cumplí tres años cuando regresaste 
del penal de Santoña.
La ternura te había abandonado:
como el país entero,
te ibas convirtiendo en un fascista.

Marchabas a Girona a trabajar,
en algún lento tren de la posguerra.
Hiciste aquellas obras sencillas, unos años
en que no había acero, construías,
con muros de ladrillo y bóvedas de fábrica,
casas de pescadores en los pequeños pueblos
sobre los cuales escribía Pla, 
frescos y limpios como aquella pesca
que al alba rebosaba de las barcas.
El tren se retrasaba cada sábado;
oscurecía bajo la estructura
de hierro y de cristal de la Estación de Francia,
con olor a carbón en los andenes
y el mostrador mojado en la cantina.
Ella y yo desde lejos entre el humo,
los trenes y la gente ya te reconocíamos.

Envejecidos ojos infantiles
hoy miran los andenes y vagones.
Donde acaba la bóveda, la noche 
es tan oscura como en la posguerra.
El reloj de las vías señala, amarillento,
la hora de salida de este tren de la muerte
al cual subes con gorro de oficial
para volar los puentes en esta retirada
de un tiempo que jamás vendrá a buscarnos.

                                                               Joan Margarit.      
                                                                


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