Estaba yo fotografiando una flor que asomaba entre matorrales, cuando a mi lado, a medio metro o así, se plantó esta jovenzuela de curruca capirotada durante cosa de medio minuto más o menos. Enseguida desvié la cámara y le hice unas cuantas fotografías, aunque tuve que dar un paso atrás para captarla más o menos completa. Tan cerca estaba la bisoña que, se aprecia en la imagen ampliada, en su ojo se me ve.
Menos mal que ninguno de los dos teníamos malas intenciones. Ni yo quise robarle la libertad ni ella quiso robarme el alma.
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