Nunca fui de Podemos y el 15 M me pilló con una edad en la que aún me tragaba sapos pero ya no masticaba ruedas de molino. Aunque nunca se sabe.
Terrible fue ver, a nivel nacional y a nivel regional, cómo
se suicidaban cada vez que se ponían de pie.
Tremenda, la deriva en los conceptos y en las posiciones,
intentando atraer afiliados, simpatizantes y votantes. Supongo que eso era ser
transversales. Unas veces eran republicanos y otras no, unas veces eran
patriotas y otras no. Unas veces masacraban a los compas de formaciones
hermanas y otras no.
Tremebundo como el final de “El rey Lear”, el desfile de
muertos que antes fueron tribunos y fundaron la formación.
Espeluznante, por supuesto, el gasto humano y la pérdida a raudales
de ilusión.
Pavoroso tanto Danton, tanto Marat y tanto Robespierre.
Y, sin embargo, los restos del naufragio no se merecían
terminar como están acabando por mantenerse, al menos por una vez, firmes en
sus convicciones.
No se merecían el acoso continuo, ni el cartel oficial de malandrines
del lugar.
Y desde luego no se merecen que la mano que sujeta la
puntilla, propiciada de forma ignominiosa por las huestes más cavernarias de
este país, provenga del teórico fuego amigo.
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