A la manera cartesiana, Sol planta pimientos. Guarda las distancias precisas, siempre las mismas. Si a ojo no se fía, saca el metro del bolsillo.
Pretende evitar el desmadre que alguien (no digo quién) organizó con la plantación de puerros y cebollas que quedan a su espalda.
Pero al margen de que las verduras de la huerta parezcan un regimiento en formación o una horda en desbandada, lo cierto es que ahí están. Y siguen creciendo.
El placer de tocar esa tierra removida. Cada hortelanillo tiene su librillo.
ResponderEliminarSomos hortelanos noveles, aunque nos venga de tradición. Y el placer, efectivamente, existe. Cada uno lo encuentra como una expresión de su caracter. Un servidor a su anárquica manera. Lo de Sol es otra cosa.
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