Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

domingo, 6 de marzo de 2022

El lado correcto de la Historia

Estoy casi seguro de que  Pedro Sánchez sabe perfectamente que el término que ha empleado hoy ante sus correligionarios entregados no es otra cosa que un brindis al sol, algo moldeable como el chicle o la cera de abejas. Y es que él no es el primero ni será el último de los próceres del mundo que han empleado eso de “el lado correcto de la Historia” para arrimar el ascua a su interés, sea cual sea. De hecho la propia Historia nos enseña que cualquiera está en el lado correcto de la Historia si se empeña; normalmente hasta que el enemigo o un Tribunal Penal Internacional lo baja de ese  podio  fabricado para satisfacer su propio ego, para calmar a su Pepito Grillo y para amansar a sus partidarios.

El mantra ese de “el lado correcto de la Historia” ha demostrado ser tan falso como aquello de “Dios con nos”. ¿Se imaginan ustedes por un casual a las tropas de Francisco I de Francia y a los ejércitos de Carlos I de España, enemigos irreconciliables a pesar de practicar la misma religión, antes de cualquier batalla entre ambos, la de Pavía por ejemplo, rogándole a Dios?  ¿De parte de quién se pone Dios, vamos a ver?

Pues eso, que por entregar armas a un contendiente, armas que por cierto cuando las entregas no sabes en qué manos van a acabar al final, si en poder de víctimas inexpertas o de elementos incontrolados o por qué no, en las de las propias fuerzas rusas a las que se pretende combatir, no vas a estar en ningún lado honorable de la Historia. La Historia, como decía al principio, es moldeable y depende, por desgracia, del pan que alimente a los escribanos en cualquiera de los múltiples lados. En uno de esos está Putin, merecedor desde luego de acabar algún día como reo de crímenes varios, pero que seguro que ya tendrá a los suyos escribiendo loas y alabanzas con mayúsculas. Tantas como ha tenido  cualquiera de los presidentes norteamericanos, que han necesitado aderezar cada una de sus legislaturas con una guerra; siempre eso sí en territorio ajeno. No vaya a ser.  


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