Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 28 de marzo de 2022

Animaliña


Llevo toda la vida oyendo cosas que no quiero oír. Mierdas. Eso es, llevo toda la vida oyendo mierdas. Y que quieres que te diga, con casi ochenta años estoy hasta las narices. Lo que peor llevo es aguantar a mi hija. Y sé que nos pasa a todas cuando empezamos a envejecer, que nadie se vaya a pensar que me las estoy dando de especial. Pero es que es una cruz. Se creen que tienen el cielo ganado por hacerse cargo de nosotras, pero la verdad es que son pesadísimas, no hay Dios que las soporte. Menos mal que llega un momento en que acaban hartas y desisten. Se rinden, dejándonos por imposibles. Yo estoy esperando ansiosa por ese momento en que pasen de mí y me dejen a monte de una puñetera vez. Julia, mi hija, aún no entró en esa fase y estamos echando una especie de pulso. Voy a tener que llamarla la Detectiva. Controla todos mis movimientos con lupa: lo que como, mi medicación, los cuartos que tengo en el banco, cuántas veces voy a mear y también la ropa que llevo. La última que tuvimos fue porque no me puse el camisón para dormir. Entró en mi cuarto por la mañana antes de irse al trabajo y me encontró vestida con pantalón de pinzas y la blusa de los domingos. Quise taparme hasta arriba con el edredón para ocultar el pecado, pero no me dio tiempo. Entre otras cosas me llamó vaga. Y eso me sentó como una patada. Llevo toda la santa vida peleando, nadie tiene derecho a acusarme de vaga. Ni siquiera ella. Una cosa es que sea mi hija y otra bien distinta permitir que monte por encima de mí. Bastante tengo con soportar la propia vida. Tampoco me parece tan difícil de entender, me cuesta trabajo sacarme la ropa para ponerme otra. Me duelen los brazos, el pescuezo, las articulaciones, los setenta y nueve años que tengo. Me duele hasta el alma. Y la verdad, no veo la importancia de dormir en camisón o en traje de luces. Desde que vive aquí ni siquiera puedo meterme en mi cama como me dé la gana. "Hay unas normas", repite Julia una y otra vez. ¿Qué normas son esas? ¿Quién carallo las inventó? Y lo más importante: ¿por qué hay que seguirlas?

Ledicia Costas
Golpes de luz
Destino. Áncora y Delfín.    

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