Siempre tuve curiosidad por descubrir lo que leen los demás. En el metro, en los trenes, en los autobuses, acechaba las portadas de los libros que leían los viajeros. O cuando llego a una casa ajena no puedo resistirme a la tentación de rastrear los libros de las bibliotecas domésticas.
Bien es cierto que los dispositivos electrónicos que ahora abundan me han complicado la labor. O porque en eso que llaman e-book tendría que llegar a un grado de intimidad con el lector que la mayor de las veces no me puedo permitir, o porque lo que se lee o lo que se mira en los smartphones no son libros tristemente y, por tanto, no me suele provocar el más mínimo interés.
Sin embargo, a veces, todavía hay momentos en los que puedo satisfacer esta debilidad mía y, como en este caso, contemplo a quien saborea con fruición a Lovecraft a la sombra del acueducto romano de Emérita Augusta. Y que sea con bien.
Participo de esa curiosidad. En ocasiones he llegado a preguntar a la lectora si era interesante.
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