He ido al cine a ver una película española, que no lo parece, titulada “Blackthorn”. Se trata de un western que se desarrolla en Bolivia (“¡joder!, Bolivia, Bolivia”) y que recrea de nuevo las figuras de Butch Cassidy y Sundance Kid, bandidos norteamericanos de leyenda, según parece, en Estados Unidos, pero que, desde luego, están dando páginas de gloria también en la literatura latinoamericana.
A mi me gusta, en general, lo que han dado en llamar western crepuscular, aunque no sé muy bien si con este calificativo quieren adornar a aquellas películas del género con derrotas y decadencias o a aquellas otras que marcan el final de una época. En este caso creo que “Blackthorn”, de una forma muy sutil, es una película que, como dice Sol, se va poniendo seria por momentos y nos señala el camino del fin mientras Butch Cassidy se adentra en las montañas y desaparece, y con él la imagen romántica de los bandidos generosos. Lo que queda después, engañosamente muerto, es el comienzo de otra era en la que ya no caben escrúpulos. Se abre, entonces, definitivamente la veda para robar a los pobres.
A mi me gusta, en general, lo que han dado en llamar western crepuscular, aunque no sé muy bien si con este calificativo quieren adornar a aquellas películas del género con derrotas y decadencias o a aquellas otras que marcan el final de una época. En este caso creo que “Blackthorn”, de una forma muy sutil, es una película que, como dice Sol, se va poniendo seria por momentos y nos señala el camino del fin mientras Butch Cassidy se adentra en las montañas y desaparece, y con él la imagen romántica de los bandidos generosos. Lo que queda después, engañosamente muerto, es el comienzo de otra era en la que ya no caben escrúpulos. Se abre, entonces, definitivamente la veda para robar a los pobres.
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