Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

jueves, 14 de noviembre de 2013

Sacauntos y lobisones



Salimos con tiempo inclemente y casi de anochecida a caminar con el perro por los prados cercanos a la marisma. El vecino, que ya está a punto de plegar y dar la jornada por concluida, nos advierte con tono jocoso: “-¿Adónde vais, que os va a pillar el sacauntos?”

Y entonces yo me acuerdo de que a ese monstruo horrendo de los miedos infantiles también le dicen sacamantecas y que en otras partes, quizá por extensión, amenazaban a los niños con el lobisón.

En mi pueblo, incluso, cuando yo contaba con siete u ocho años de edad, tenía hasta apellido, o mote, vete tú a saber, y le conocían por Carreras. En otros sitios era Camuñas.

-“Que va a venir Carreras y te va a llevar como no te portes bien”

Y no es que a partir de ese momento te portaras bien. O mal. Es que te quedabas inmóvil y fuera de combate para un rato largo.

Carreras, por lo que con el tiempo me dijeron, vivía en una caseta a las afueras del pueblo que, aparte de a sus deteriorados huesos, alojaba también un transformador eléctrico y, por lo que fui adivinando con los años, no era más que un pobre hombre, víctima de la depauperada época y de la inextinguible exclusión social.

Entonces los miedos quizá eran pueriles. Aunque había otros que afectaban a los adultos, bastante más serios y enigmáticos, tales como el de hablar de no sé qué guerra que había habido además del miedo a que volviera el hambre. Ése, lo entendíamos bastante mal, puesto que a nosotros el hambre nos regresaba todos los días a las pocas horas de la merienda. Como poco.

Hoy los miedos han vuelto junto con los sacauntos de mi vecino, pero éstos ya no tienen nada que ver con desgraciados que arrastran como pueden sus miserables vidas. Y tampoco es fácil que te los encuentres en descampado. Según me parece, hoy los sacauntos viven confortablemente, no salen a acechar a los paseantes por los prados (menuda ordinariez), y anuncian con gesto fingido el final de la crisis, el final del paro, el final de los ajustes finos y gruesos, el final de lo que haga falta, siempre y cuando a ellos no los descabalgue de sus monturas de papel.

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