i. Quisiera correr con la prestancia de mi perro. Y él con la diligencia del conejo campestre que escapa ante su atónita mirada.
ii. Cuando el conejo se esconde en su madriguera y la nariz del perro crece dos palmos, y yo detengo mi torpe deambular, recojo del suelo un envase de plástico que anuncia un ambientador para automóvil con olor a frutos rojos del bosque. Y entonces me paro del todo a pensar en lo tonto que es aquel que intenta convertir en bosque el interior de un coche mientras llena de basura el escenario real.
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