En medio todo sucede.
Abandona su insomnio una inmensa mayoría del millón de cadáveres que lloraba antaño el poeta.
Y tal vez el resto se transforme en una muchedumbre de licántropos sonámbulos y damas de compañía en busca de almas rotas y ángeles demediados.
Anónimos e indiferentes, abandonando están los subterráneos.
Con todo un día por delante para reivindicarse, para rescatarse de la inocente y vertiginosa costumbre de vivir.
Hijos e hijas de la ira, al fin.
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