Voy a dejar de lado cualquier
interpretación celestial ecuménicamente pía. Quiero suponer que no han soltado
por París en los últimos tiempos a ninguna brigada de mensajeros para que nos
recuerde el lugar en el que se encuentra el hipotético paraíso, a diferencia de
este duro y endiablado suelo que habitamos.
Mi primera intención es pensar
que alguien, con cierta bonhomía, nos sugiere que no estaría mal mirar algo
más que el empedrado o nuestro propio ombligo. Tal vez todo aquello que se nos
olvida que existe, encerrados como estamos en cárceles de papel.
Sin embargo, vete tú a saber si
lo que quiere el avisador es que contemplemos el cielo con tiempo antes de que se signifiquen los
chuzos que nos pueden caer.
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