Pero por la frontera, por más que decían, aparte del miedo, no entró nada ni nadie. En realidad, venían del sur y venían del mar y de pronto empezaron a venir de todas partes. Todos nosotros éramos como un solo enemigo. Con sus viejos, sus niños y sus mujeres también. Entonces pasó que un barco de guerra se instaló fuera de la bahía. Lo llamaban "el chulo del Cantábrico". Veíamos acercarse su silueta por la costa y empezaba a soltar cañonazos. Sin parar. Pasó varias veces que alguno daba la voz. Venía del oeste contra los puertos y los pueblos con sus cañones. A lo mejor soltaba cien cada vez que se ponía a disparar. Habían mandado ese barco a sembrar el pánico. Eso era una orden. Y sí lo hizo. Y claro que nos daba terror. Si el barco estaba cerca, los arrantzales se daban la vuelta y la gente se metía debajo del puente del tren o todos juntos dentro de los astilleros porque las paredes eran de metal y estaban ya lejos de la bocana. Las sirenas de alarma saltaban en cualquier momento del día y pitaban durante horas. Y entonces a correr. En el verano de 1936, no paró de dispararnos.
La Bajamar.
Aroa Moreno Durán.
Literatura Random House.
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