Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 20 de mayo de 2020

Banderas, banderolas y gallardetes


La verdad es que nunca me dijo nada y siempre me pareció aburrida, una triunfante simpleza de colores contra la que perdieron los buenos. 
De crío me dijeron que el rojo era la sangre y el amarillo era el símbolo del oro. Con los años supe que era sangre, sí, la de tantos como mataron y el oro era todo el que se robaron. Así que ninguna emoción me había de producir el trapo. Ni siquiera cuando flameaba radiante al ganar a Malta por 12 a 1. Y, por si fuera poco, la final del mundial tan alabado me pilló en un lugar llamado Yerevan frente a un plato de cangrejos. Y libré esa vez de comprobar cuan histérica se pone la gente en ocasiones por una tontería.
Qué le vamos a hacer, no vean en mí a un patriota de los suyos. ¿Cómo podría protegerme de la lluvia bajo el mismo paraguas que ustedes?
Una joven, a la que aprecio bien y a la que llevo muchos años escribiendo postales desde cualquier rincón del mundo, me hizo recordar ayer que, en realidad, la única patria a la que nos debemos son los amigos. Y ustedes, los que la lucen con fervor guerrero contra mí, no lo son. Ni más ni menos. 
Así que, si de banderas hablamos, quédense con la suya y que aproveche. Que a mí el mero estandarte que me hace hincar la rodilla es la blusa de mi chica, si la pone a ondear "al vent", cuando hay suerte y se la quita. 

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