Ando algo entristecido desde
hace unas cuantas fechas.
Como dice un amigo, todo lo
que nos es arrebatado es como un pellizco a nuestro pasado, a nuestra memoria,
a ese jergón que nos permite descanso de
vez en cuando en este pasar del día a día. Si las penas fueran una tintura que
introducimos en la felicidad del agua y que todo lo invade, éste sería un buen
ejemplo de cómo me voy sintiendo de un tiempo para acá. Como una amargura que
no aniquila, pero agarrota. Como esas gotas de lluvia parsimoniosas y espesas
que poco a poco manchan el empedrado.
Ya comprendo que luego el
calor del sol las transforma en humo de la misma lenta manera. Y entonces volvemos a
empezar.
Pero no sé si será por los
muertos que me llegan en oleadas de malas noticias, que vengo acordándome de
los que me faltan y también, por qué no decirlo, de los que seremos.
No sé si será por las cosas
del alma que se rompen y las que se vacían y las esperanzas, vanas, que huyen
como espíritus por el bosque y por la noche.
Pero tampoco sé si será por
ese viento que nos arrasa o por esos pájaros que desafían la tormenta.
O tal vez, por la tierra y el árbol
que la sostiene.
Que volvemos a empezar. Y
persistimos.
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