Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 23 de abril de 2021

Un cuento de libro


Un poco más allá de los veinte años de edad me compré un libro que, por lo que entonces me informé, era muy elogiado por aquellos que sabían de literatura (críticos, escritores, profesores y eruditos varios), aunque también es cierto que se afirmaba de él que era un tanto ininteligible y tedioso, y que el autor había realizado un ejercicio de experimentación -que luego prolongaría en otras obras- que rompía moldes respecto a novelas de épocas precedentes, mucho más de sota, caballo y rey, salvo excepciones. Para los que lo elogiaban aquello era arte rompedor y yo, aunque un tanto amoscado, poco tenía que enmendar al respecto.

He de decir que, entonces, siendo un aprendiz de lector, había puntos a favor del libro que me atraían mucho: la fama del autor, el atlántico país del que procedía, el lugar en el que se desarrollaba la novela, las referencias a épocas pasadas y a héroes recién descubiertos…

Pero claro, la dificultad que ya presumía en su lectura me inquietaba sobremanera.

El volumen estaba incluido en una colección humilde de las que se vendían en kiosco en aquella época, con unas cubiertas de quiero y no puedo, un papel malo a rabiar y una letra microscópica que permitía meter toda la novela en menos páginas y, de ese modo, supongo, abaratar costes hasta extremos feroces.

Jamás leí ese ejemplar.

Bastantes años más tarde, en un arrebato que parecía un reto más que un duelo, volví a comprar la novela. Entonces mis posibilidades económicas me permitieron adquirir una edición más cuidada y con una letra algo más grande que se ajustaba de forma adecuada a mi visión de ese momento. Sin embargo, deposité el nuevo libro en la estantería junto a su hermano mayor, que con el tiempo había perdido apresto y brillantez y había ganado en su interior un cierto tono de pergamino y ese aroma indefinible que ofrece la decrepitud del mal papel.

Hasta hace poco no me volví a acordar de ninguno de los dos libros. La novela sigue siendo una incógnita para mí, aunque conozco a grandes rasgos el argumento. Pero eso no basta. Porque mientras tanto Penélope sigue tejiendo.

Hace unos días me propuse, por fin, casi medio siglo después, iniciar el recorrido por un itinerario frenético a través del corazón de una ciudad querida y hermosa; la de la dulce Molly. Abrí el libro de mis veinte años y las páginas se me antojaron, dada la decadencia de mi vista, un trayecto de hormigas. Abrí el libro de mis cuarenta años y pude constatar que mi capacidad de visión era solo un poco más satisfactoria. Es decir, que si nos permitiéramos hacer un símil con la ropa podríamos afirmar, simple y llanamente, que la letra con el paso del tiempo se me ha quedado pequeña.

Así que parto raudo y veloz, en día tan señalado como el de hoy, a adquirir un nuevo ejemplar de esa novela que tanto se me resiste, cosa que yo no voy, desde luego, a permitir. Aunque pediré a mi querida librera de guardia que tenga, al menos, talla XXL y que me siente, eso sí, como un guante.   

2 comentarios:

  1. Creo que ese libro hay que leerlo en una convalecencia, o arrestado, como yo, en una litera del ejército.

    ResponderEliminar
  2. Hola José María. Espero que no tenga que ser en una convalecencia y en cuanto a la litera del ejército no pudo ser porque no me dieron la oportunidad. Por fortuna, claro. Abrazos y que todos los días sean día del libro.

    ResponderEliminar