Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

jueves, 15 de abril de 2021

La poesía y otras cosas


Me gustaba verle pasear por la calle Alta, realmente ensimismado, con las manos en la espalda cuando no cargaba con libros. En ocasiones me paraba frente a él y le saludaba, aunque no siempre confiaba  en que me reconociera, y unas veces lo achacaba a su posible despiste y otras a mi poca importancia. Pero el caso es que me gustaba verle pasearse por la calle Alta. Así, sin más.
Habíamos coincidido en algunas lecturas poéticas y, desde luego, en alguna que otra querencia ideológica. También, parece ser, porque yo no me acordaba, en las páginas de un periódico en el que ambos escribíamos sendas columnas de opinión. Tal vez sea –lo de la amnesia- porque yo salí a tiros y dolorido de aquella publicación y uno suele tender a olvidar lo que le duele para que la herida no supure más de la cuenta.
También tengo algún recuerdo de un escrito, una carta o una columna de hace años, que debió salirle de las tripas y del hartazgo, denunciando las connivencias, las camarillas, las cofradías, las puñaladas, los intereses creados y los olvidos intencionados de un pequeño mundo, el de los poetas, que, sin tener nada de especial más allá de la vanidad, levita demasiadas veces entre los caminos trillados y las aguas pantanosas.
Lo cierto, es que el viejo poeta ya no va a pasear más por calle alguna, ni recorrerá las librerías todas en busca de un vellocino de oro posible o imposible. Y a mí, que nunca tuve demasiada confianza con él, es algo que me aflige. Y es que me parece que es bien triste, en estos días en que veo unas cuantas fotografías y noticias sobre su figura en la prensa y en las redes, que a un poeta –muchas veces injustamente olvidado-  se le preste más atención porque se muere que porque escribe.

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