Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

domingo, 20 de agosto de 2023

Barrio Venecia

Más allá de la convicción inconfesable de parte de la burguesía santanderina que cree, desdeñosa, que no hay nada en la ciudad a la vera de sus territorios (ya saben, la bahía más bonita del mundo, los baños de ola, las regatas de vela y todo eso), hay otros lugares de arrabal y de extrarradio, que costó mucho transformar en espacios medianamente habitables, en los que tanto el autor de Barrio Venecia como yo mismo y muchos otros vivimos, nos criamos y salimos adelante, en demasiadas ocasiones casi de milagro (aunque fuera milagro laico).
Por razones que ahora no vienen al caso, algunas de las situaciones que se narran en el libro ya eran cercanas para mí antes de leerlo, bien por cuestiones de familiaridad (en el amplio sentido) o bien por pura y simple intuición de quien ha pasado por circunstancias similares. Y es que entre los barrios obreros de la ciudad, sus formas de vida y sus penurias en las últimas cuatro décadas del siglo XX, hay hilos invisibles que los unen. Tanto que cualquiera que haya pasado sus años de infancia y juventud en ellos puede leer Barrio Venecia con atención, con cariño y tal vez con un punto de nostalgia y de aprensión, pero sin excesivas sorpresas, tales son las coincidencias entre lo que se cocía en Candina y cualquiera de los barrios sin asfaltar de la ladera norte del Paseo del Alta.
No sé si la sirena de la fábrica de Candina sonaba igual que la de Curtidos Mendicouague, pero no tengo duda alguna de que ambas marcaban con su estridencia el ritmo de la vida en nuestros barrios; con los mismos palos, los mismos cartones y los mismos restos de obra construimos las casetas que nos convertían por un tiempo en ilusionados dueños de efímeras ínsulas baratarias; y del mismo modo probablemente temimos y adoramos a la vez a tristes héroes de la descomposición y la heroína con existencias más fugaces aún que las de nuestros castillos de cartón.
Tampoco sé si ese hilo que podía vincular al Barrio Venecia con el Barrio San Francisco tenía el color rojo del obrerismo, porque nuestra conciencia social fue conformándose a golpes de verdad y entonces, aún, nuestra burbuja tenía las paredes más gruesas que nuestro entendimiento, pero sí creo que, en cualquier caso, en ambos lugares podíamos aspirar a leer, aunque solo fuera por intuición y por rabia, un "Hijos de la ira" robado del Pryca, cuando todavía era posible encontrar semejantes lecturas en los "Prycas".
Por todo esto y por algunas cosas más que me guardo, el libro que ha escrito Alberto como un homenaje a sus padres, a su hermano y a las gentes de su barrio, me resulta tan cercano, tan evocador y, a la vez, tan doloroso, además de sumamente envidiable.
Y me detengo aquí. Hora es ya de que la literatura que cuenta esta ciudad no solo hable de los devaneos de los habitantes del Paseo de Pereda para allá y comience a demorarse por fin en las memorias del extrarradio.

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