Hama hasta hace poco era una ciudad tranquila con un pasado temible. Allí, el padre del actual presidente de Siria, aplastó en los años ochenta una rebelión que condujo a la destrucción de gran parte de sus edificios y a la muerte de miles de sus habitantes. Quedaron sus inmensas norias como testigos mudos de la barbarie.
Desde Hama, en los años 2008 y 2009, visité la imponente fortaleza cruzada del Crac de los Caballeros, y en una de sus librerías inicié inopinadamente la colección de ejemplares de “La Isla del Tesoro” que ahora desborda una de mis estanterías.
Paseé por sus calles y sus mercados, bebí té en alguna de sus terrazas y frecuenté muchas de sus pastelerías, embargado por el enorme placer de sus dulces. También disfruté, y mucho, del trato hospitalario de su gente.
Por eso, en estos días en los que Hama vuelve a ser una ciudad doliente, mi dolor, como la cera de una vela, también se desborda a través de mi recuerdo. Veo en los telediarios y en las fotografías de los periódicos los lugares familiares arrasados por el poder tiránico y vuelvo a imaginar un aciago paisaje de norias silenciosas.
Desde Hama, en los años 2008 y 2009, visité la imponente fortaleza cruzada del Crac de los Caballeros, y en una de sus librerías inicié inopinadamente la colección de ejemplares de “La Isla del Tesoro” que ahora desborda una de mis estanterías.
Paseé por sus calles y sus mercados, bebí té en alguna de sus terrazas y frecuenté muchas de sus pastelerías, embargado por el enorme placer de sus dulces. También disfruté, y mucho, del trato hospitalario de su gente.
Por eso, en estos días en los que Hama vuelve a ser una ciudad doliente, mi dolor, como la cera de una vela, también se desborda a través de mi recuerdo. Veo en los telediarios y en las fotografías de los periódicos los lugares familiares arrasados por el poder tiránico y vuelvo a imaginar un aciago paisaje de norias silenciosas.
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