Entramos en La Paz casi una semana más tarde que la marcha indígena que reclama la conservación de un territorio en el que se asientan los que protestan desde tiempo inmemorial, los Tipnis. Parece ser que el gobierno de Evo Morales tenía planificada una carretera que atravesaba dicho enclave, partiendo la selva en dos, y ya sabemos lo que eso significa.
En el camino desde Uyuni ya habíamos escuchado que el gobierno y los indígenas habían llegado a un acuerdo en el que declaraban los Tipnis territorio intangible (sic), o sea intocable.
Sin embargo algunos flecos debían quedar puesto que en nuestra primera mañana en la caldera de La Paz intentamos acercarnos a la Plaza de Armas, donde se ubica el palacio de gobierno y donde los indígenas acampan mientras se negocia, pero todos los accesos están cerrados por la policía.
Al día siguiente, por fin, unos amigos mexicanos con los que coincidimos en Potosí nos indican que ya se puede acceder a la plaza, con lo cual el acuerdo parece ya total.
Por la tarde acompañamos a la marcha en una manifestación de despedida. A los lados la gente de la capital saluda, lanza parabienes y aplaude.
Por fin, ante nuestra sorpresa, la marcha concluye en la puerta de la Iglesia de San Francisco, a donde van entrando la mayor parte de los indígenas manifestantes, mientras por los altavoces suena una voz típicamente eclesiástica que los recibe antes de dar comienzo una misa de celebración.
Y nosotros, incrédulos, hasta ahí. No más.
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