Al día siguiente, otra vez a la entrada de la Catedral de Cuzco, un señor con traje que se presenta como antropólogo, tras la consabida pregunta sobre mi nacionalidad, me oferta inicialmente la visita a un museo y con posterioridad me aconseja que en este día no deje de hacerme con un Apu.
Le pregunto de qué se trata, y me dice que es una especie de diosecillo de la mitología inca que protege de todos los males (intuyo que también de los terremotos).
Cuando le interrogo sobre el modo de conseguirlo se ofrece a traerme uno al instante, haciéndome la advertencia de que no se debe comprar y tampoco, para que sus poderes sean efectivos, se debe vender. Por tanto debo dar por él la voluntad.
En el momento en el que me lo entrega observo que es una figurilla metálica dentro de un saquito de tela indígena.
Mi voluntad es de 10 soles, y la suya es que algo que vale como 600 (?) no se puede entregar por la ridícula cantidad de 4 euros al cambio (calculado por el antropólogo con total inmediatez, lo cual me hace comprender para qué valen los estudios de Antropología en los tiempos que corren).
Total, que al igual que en el día anterior y toreando en la misma plaza (la de Cuzco) me quedo de nuevo desprotegido y al albur de las fuerzas ignotas del destino. ¡Vaya por dios!
O por apu.
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