Anoche, a punto de rozar una bendita jornada de reflexión, nos fuimos a ver Las ocho montañas y no voy a entrar en la eterna controversia entre la literatura y sus adaptaciones al cine. Es baldío y además disfruté tanto de las imágenes y de mis propios recuerdos que no tengo ninguna intención de contaminarlos.
Primer recuerdo: En la época en la que transcurre la primera parte de la historia yo también empezaba a fascinarme por las montañas y sentí la camaradería que nos impulsaba.
Segundo recuerdo: El protagonista lleva unas zapatillas de deporte blancas con dos bandas azules y una roja en medio (spais las llamábamos) que yo siempre quise tener y nunca tuve.
Tercer recuerdo: La mayoría fumábamos como carreteros y daba igual porque éramos jóvenes y ascendíamos como rebecos.
Cuarto recuerdo: Algunas veces me ha ocurrido que cuando leo un libro que luego plasman en el cine, las imágenes (y bienvenida la redundancia) son iguales a las que yo había imaginado.
Quinto recuerdo y primera montaña: Al acabar la película, Sol me propone volver al último refugio donde nos tomamos una cerveza con nuestro amigo perdido.
Ella también cumple años hoy por los tres.
El texto me induce a una reflexión: ¿alcancé, alcanzamos, alguna vez una cima? Una canción infantil cantaba: volvió a subir a aquel monte, volvió a subir a aquel monte, volvió a subir a aquel monte, ¿y qué creéis que vio? Al otro lado otro monte, al otro lado otro monte, al otro lado otro monte mayor que el anterior. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti. La canción de la que hablas da forma a la imagen que normalmente vemos cuando llegamos a una cumbre: montes y montes y montes conformando un horizonte al que nunca llegas.
ResponderEliminar