Y de pronto, uno de aquellos días sin sentido, se sintió arrastrado por gentes que corrían, mientras arriba rugían aviones a reacción y la gente gritaba Plaza Mayo, entre camiones cargados con obreros que locamente corrían hacia allí, entre gritos confusos y la imagen vertiginosa de los aviones rasantes sobre los rascacielos. Y después el estruendo de las bombas, el tableteo de las ametralladoras y de los cañones antiaéreos. Y siempre la gente corriendo, entrando a empellones en los edificios, pero volviendo a salir, no bien los aviones habían pasado, con curiosidad, con nerviosa conversación, hasta que volvían los aviones y nuevamente corrían hacia dentro. Mientras otras personas, resguardadas apenas contra las paredes (como si se tratara de una simple lluvia) miraban hacia arriba, o señalaban con sus brazos extendidos en direcciones indeterminadas, perplejos o curiosos.
Y luego llegó la noche. Y la llovizna comenzó a caer silenciosamente sobre una ciudad sobrecogida y minada de rumores.
Ernesto Sábato.
Sobre héroes y tumbas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario