Por la mañana salgo de casa escuchando los comentarios triunfalistas que retransmiten los locutores en la radio. Llego al trabajo y algún compañero me recuerda lo merecido que el finado lo tenía. Obama dice que sin Osama el mundo es mejor. Y sin embargo, a mi, que ninguna simpatía me une al muerto, pero tampoco al vivo, me da la sensación de que el mundo es igual. Y pienso que el comando que ha irrumpido en la fortaleza del caudillo terrorista ha actuado con las tripas (las suyas y las de los que están al mando) y que su acción iba dirigida no sólo a matar al muerto sino también a acariciar con delectación las tripas de los que claman venganza en lugar de justicia. Es decir, se ha tratado por encima de todo de una simple operación de maquillaje. Maquillan la devoción por el actual líder norteamericano, en horas bajas, que de paso jode un poco a su antecesor, Bush, el abominable monstruo de las galletas. Maquillan de poder la manifiesta debilidad que el Imperio ha demostrado desde 2001. Maquillan, en definitiva, su miedo.
El mundo sería mejor si el muerto estuviera ahora vivo y a disposición de los tribunales. Se hubieran quitado de encima un terrorista a la vez que nos libraban de un mito desafortunado.
Sin embargo al elegir la ley del talión, en lugar de suprimir la cadena, dejan al mundo a expensas de la probable devolución del golpe.
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