Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

jueves, 23 de abril de 2020

Esto no es un diario XLI


Hoy es un día extraño. Un día del libro sin librerías abiertas. Casi lo olvido, como casi olvido que antes de todo esto el que suscribe estaba envuelto en presentaciones de "Relatos de la Memoria Herida" y de "La madera que arde". Espero que sin tardar mucho podamos homenajear de nuevo a nuestra pasión por ellos.
Mientras tanto, incluyo aquí, a modo de celebración, uno de los textos más hermosos (que son muchos) con los que yo me he encontrado navegando en las tranquilas aguas de las páginas impresas.

Lo mejor contra la tristeza es aprender algo. Es un remedio que no falla. Puedes hacerte viejo, con temblorosa anatomía; puedes yacer despierto por las noches, escuchando el desordenado rumor de tus arterias; puedes perder el único amor de tu vida, puedes ver el mundo devastado a tu alrededor por locos malvados, o advertir que seres mezquinos hunden tu honor en las cloacas. Solo hay algo que mitigue esos pesares: aprender. Aprender por qué el mundo se mueve, y qué es lo que le impulsa. Estudia, eso es lo que te conviene. Mira todo lo que hay que aprender: la ciencia pura, lo más bello que existe. Puedes aprender astronomía en una vida, historia natural en tres, y literatura en seis. Y luego, una vez que hayas empleado  un millar de vidas en el aprendizaje de la biología, la medicina, la teología, la historia, la geografía y la economía, entonces será el momento en que puedas comenzar a hacer una carreta con la madera adecuada, o podrás pasar cincuenta años aprendiendo a batir a tus adversarios en la esgrima. Luego, a empezar de nuevo con las matemáticas, y después será el tiempo de que aprendas a arar la tierra.

Terence H. White. 
Camelot.

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