Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 6 de abril de 2020

Esto no es un diario XXIII


La fotografía es tan irreal, tan insólita, como esta vida que vivimos. Nos la envían nuestros amigos de Chile y nos dicen que está tomada muy cerca de su casa en Santiago. Al tiempo nos remiten un pequeño vídeo en el que aparecen unos cóndores posados en un balcón (¡qué imagen para días de tribulación!) y sobrevolando una ciudad que, efectivamente, recuerda a la capital chilena con la cordillera al fondo. 

Precisamente en la cordillera de los Andes, al sur, en la Laguna Amarga y frente a las Torres del Paine, me aposté una vez para contemplar a los pumas. Un paso natural, nos dijeron los trabajadores del albergue, por el que se les veía pasar muy a menudo. Sin embargo, no hubo fortuna y pumas no vimos.
Tuve más suerte en otra ocasión, esta vez con los cóndores, cruzando los Andes en autobús desde Argentina a Chile, muy cerca de donde se podía vislumbrar a lo lejos la cumbre del Aconcagua. Entonces contemplaba yo un tremendo paisaje a través de la ventanilla cuando, a pocos metros, se puso a la par del bus un cóndor con sus inmensas alas desplegadas. Supongo que en mi imaginación nos miramos y hasta nos saludamos. -¡Buen viaje, condorito, que tengas una serena travesía! -Buen viaje, compañero. Y tú un tranquilo despertar.

No sé si fue real, como tampoco entiendo lo que veo en esta foto del puma transitando entre automóviles. Mucha gente se empeña estos días en decir que los animales salvajes están recuperando territorios ante la clausura, y por tanto la baja actividad imperial, de los humanos. Tal vez. Y estaría bien que así fuera.

Sueño hoy que corro por los prados, libre y salvaje, libre y salvaje, libre y salvaje. 

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