Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 24 de abril de 2020

Esto no es un diario XLII


Long John Silver era un tipo ladino, intrigante, falaz y amigo de embrollos. Había sido cocinero antes que fraile y se conocía todos los trucos de perolas y nudos de marineros. Navegó con el legendario capitán Flint y perdió la pierna no se sabe dónde y tampoco se sabe por qué, lo cual, por aquello de que no hay mal que por bien no venga, le evitó en el consiguiente problemas con el astrágalo de la misma. En algún momento de su vida se amancebó en Madagascar con una dama de dudosa estofa y en otro escapó de La Hispaniola con su loro y un buen montón de piezas de a ocho. Es de suponer que en otras circunstancias estuvo enclaustrado por un quítame allá esa bandera con calavera y si no colgó de una soga habrá que achacarlo a la diosa fortuna que acompaña de cuando en cuando a algunos bucaneros.

No sé si les he dicho que tengo en mis estanterías alrededor de 130 islas del tesoro encontradas por todo el mundo (como otros coleccionan cajas de cerillas o chapas de cerveza). La ilustración que acompaña pertenece a una edición lituana que me trajo hace tiempo mi amigo Javi. Es mi homenaje a los libros y como Silver, con la pierna baldada, me sentí ayer, confinado dentro del confinamiento y a falta de muletas sobaqueras. Es lo que tiene contar con tobillos de cristal. 

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